martes, 19 de mayo de 2009

Una apuesta por América Latina


El libro: La conclusión de la Guerra Fría y del mundo bipolar de Yalta dejó obsoletos muchos marcos mentales. “Sociologías de la modernización”, “teoría de la dependencia”, “teología de la liberación” y estrategias revolucionarias no están más a la orden del día. También se resquebrajan los paradigmas neoliberales ortodoxos del “consenso de Washington” difundidos desde comienzos de la década de 1990.

El objetivo de este libro es proponer algunas claves de comprensión, juicio y prospección acerca de América latina, considerada en  su actual realidad “global”. Y percibir las tendencias de desarrollo emergentes a partir del viraje histórico de los años 1989-1992 así como las decisivas inflexiones tras el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001.

El autor: Guzmán Carriquiry nació en Montevideo, Uruguay, en 1944. Es Doctor en Derecho y en Ciencias Sociales. Reside en Roma desde 1972, y trabaja en el Vaticano al servicio de la Santa Sede. Fue también el primer laico nombrado Subsecretario en la Santa Sede durante el pontificado de Juan Pablo II, responsabilidad que desempeña actualmente. Es autor de varios ensayos y publicaciones sobre diversos temas de historia de América latina, su realidad actual, y de cuestiones religiosas.

Entrevista a Guzmán Carriquiry en catholic.net

lunes, 4 de mayo de 2009

Un contrabando en el Cielo

Haciendo Dios un día
la visita en el cielo acostumbrada, 
notó que cierta gente no tenía 
una faz suficientemente pura,
y que se hallaba como avergonzada 
con esas almas de inefable albura.


A San Pedro -se dijo- qué le pasa? 
Tal vez su edad no escasa
el carácter le habrá debilitado;
preciso es sermonearle al descuidado 
guardián; que se le llame. . . Y al instante 
en raudo y limpio vuelo,
un ángel fue y hallólo bien sentado, 
y con el ojo alerta,
muy tranquilo en el suelo, 
al lado de la puerta:

"Yo vengo, San Pedro a reemplazarlo 
un momento siquiera,
pues el buen Dios lo quiere interrogar''.
Y San Pedro corrió, y con severa 
actitud, el Señor lo reprendió 
diciéndole: "No, no!
esto no puede ser, tú estás dejando 
entrar gente manchada
a esta mi pura celestial morada".

"Me confundes, buen Dios", respondió Pedro,
"pues yo vivo en la puerta siempre en vela, 
como perenne y listo centinela,
y a pesar de mi edad tan avanzada, 
no se me pasa, por descuido nada; 
créeme, buen Señor; no soy culpable, 
pues yo soy en mi puesto inexorable,
y ningún muerto ha entrado a esa corte 
sin traer el debido pasaporte".

"Cálmate", dijo Dios; "probablemente 
se nos está engañando. Mira abajo, 
¿conoces esa gente?"
"Oh mi buen Dios, te digo francamente: 
Jamás por mí fue vista,
que no están en mi lista,
que no son en verdad de nuestro bando; 
y que indudablemente
aquí se me está haciendo contrabando;
pero yo te prometo, buen Señor,
coger pronto al traidor;
y de no, con dolor del alma mía , 
te renuncio, Señor, a la portería".

San Pedro echó después con gran cuidado 
mil vueltas a las varias cerraduras,
y cuando estuvo bien asegurado
de que no había rendija ni aberturas 
por donde penetrar pudiera un alma; 
y estando ya la noche un poco entrada 
se sentó en plena calma
a vigilar la celestial portada.

Más, ¡oh gran maravilla! De repente 
y sin saber por dónde, cómo y cuándo
vio que una intrusa gente
al cielo y de rondón se iba colando. 
San Pedro entonces, inmediatamente 
mandó llamar a Dios para que viera 
lo que estaba pasando,
y cuando hubo llegado, el buen portero 
le hizo señas a Dios que se escondiera 
allí, sin hacer ruido y que tuviera
oído agudo y ojo muy certero.

Y qué cuadro el que vieron, ¡admirable! 
Por fuera del recinto habían quedado 
muchas almas que Pedro, inexorable, 
había en su puerta rechazado
porque no habían traído al paso 
el pasaporte íntegro y cumplido 
y esas almas tan tristes exhalaban 
tan amargos gemidos 
y quejas de tan gran melancolía, 
que la Virgen María,
de ellas compadecida y no sufriendo 
que en vano así esa gente la implorara, 
a los muros del cielo se subía
y desde allí, creyendo
que por la noche nadie la veía, 
uno a uno iba alzando
con intensa alegría,
haciendo así a San Pedro contrabando.

Como San Pedro ya se vio triunfante, 
probada su inocencia,
al buen Señor le dijo muy campante:
"Al menos le hará Usted una advertencia!"
Más el buen Dios que había reconocido 
de los muros del cielo, allá en la altura 
a su Madre, tan dulce, pura y bella,
le respondió con sin igual dulzura: 
"Para qué? Tú sabes cómo es Ella!"

Eusebio Robledo Correa 

El perro bonachón

Se conoce que aquel día Moro, el perrazo barcino, se levanto con la mala, porque no recordó que se había recostado a descabezar el mal humor contra la puerta del escritorio, de modo que al salir el patrón apurado recibió un portazo jefe y encima una patada furibunda que le envió a quemarse una pata –la pata renga precisamente- contra la plancha que la muchacha había posado en el suelo.

 

Lo único que le faltaba era pintarse de verde la pelambre barcina contra las tinas nuevas recién pintadas. Y efectivamente. Y entonces tuvo que aguantar sin matar a nadie ni morirse de rabia la risa de toda la perrería y gaterío de la estancia, de todos los cachorros, cuzcos, gatas, ratoneros, lanudos, perdigueros –hasta de Tom Faldero, el juguete de la niña, un perrito con cascabel de oro que a él lo reventaba, uno de esos que tiene muy buena educación, pero les falta la delicadeza-, ante los cuales tuvo que desfilar hecho una lástima. Se fue a un rincón, se tiró al suelo, y le dieron tanta amargura aquellas risas, que escondió la cabeza entre las patas y se puso a llorar.

 

-Por tercera vez-dijo-. Maldita sea. Animate Moro, que con todos tus años y tus méritos estás haciendo aquí un papel de primer orden. Vos hacé bien a todos y estáte dispuesto a morir en su defensa; no tengas en tu boca un palabra mala contra nadie en la vida de Dios; sé bondadoso y manso, reposado y dulce, no te metas con nadie, viví con vos solo, no dañes; y no se van a acordar de vos más que para tenerte a los tirones, como maleta de loco, y para reírse de vos si te pasa el menor percance, con risas satisfechas que parecen venganza de su inferioridad.

 

El bestia soy yo de hacerme malasangre por ellos, y que me duela tanto, velay, que me aflija de esa suerte; pero me duele, sí señor, me duele, y me revienta y no lo puedo evitar. Es claro que si yo hubiese descostillado un cuzco, o muerto una gata una sola vez no más, jamás volverían ni a resollar en mi presencia.

 

De sobra los conozco yo. ¿Por qué tiene como un rey a Tigre? Pero ésa es mi suerte condenada. Yo sé que los parto en zanja si quiero, empezando por Tigre: o les puedo dar por lo menos un buen mordisco pérfido donde les arda, cuando yo quiera. Pero aquí está lo peor y lo que me da más rabia: que yo se también que no se los voy a dar; y es mejor que ni lo piense…

 

Levanto la enorme cabezota buena y paseó por el patio asoleado, donde escarbaban las gallinas y piaban gorriones y jilgueros, los ojos llenos de amargura.

 

-Dios me hizo de miel –a pesar de estos dientes y de estas patazas y de este aire de tragachicos- y me comerán toda la vida las moscas. No hay que darle vueltas tampoco. Es mi destino. A Tigre le vana decir siempre señor Tigre, porque tuvo la suerte de tener mal genio, de ser desgraciado, gruñón, insolente e insoportable desde el vientre de su madre; y a mí me dirán Rengo. Mire usted: yo me llamo Moro. Yo soy rengo. Yo creo que tengo algunas otras cualidades en mi además de la renquera; y hasta puede ser alguna cualidad buena. Pero no señor, a mi no me han de llamar Moro, ni Barcino, ni Diligente, ni Bravo, ni Leal, ni Abnegado. Me han de llamar Rengo. “Che, Rengo”. ¡Rengo! Si yo no hubiera sacado media pantorrilla al ladrón de la carabina, ahora no estaría rengo, pero el hijo del patrón tampoco estaría vivo. ¿Dónde estaban ellos entonces por si acaso? Debajo de la cama al primer estampido, sin alientos para ladrar tan siquiera…

 

Ahí esta lo malo; que yo sólo sirvo para los trances gordos: cuando entran ladrones, para cazar el aguará y el pecarí, y para parar rodeo; pero el rodeo se para y el aguará se caza una vez al año; y todo lo demás del año, yo estorbo en casa. Las grandes ocasiones son pocas y ellos sirven para cada momento: uno para cazar perdices, otro para cazar ratones, uno para divertir a los chicos, otro para hacer fiestas a los grandes, que es cosa que yo no sé, ni puedo ni podré nunca hacer.

 

¡Velay! ¡Fiestas a los grandes! ¡Mordiscos necesitan!

 

Así son los hombres: Moro está aquí para si vienen ladrones; entonces Moro es el único, el gran hombre; pero Si no vienen ladrones –precisamente porque Moro está aquí-, entonces Moro es un incordio. Porque Moro es distraído y no sabe de modales: tropieza con todos y se va a tumbar a los rincones que están ocupados y no sabe hacer fiesta. ¿Y yo que obligación tengo de saber eso, últimamente? Había un hombre que sabia pintar como los ángeles, Miguel Ángel que se llamaba; el Capataz de el, que se llamaba el Papa, dicen que lo reprendía porque era desgalichado y no sabia de cortesías y andaba con el sombrero puesto; y que el decía: “¿Por qué demonios tengo que aprender yo esas ceremonias si estoy ocupado en otras cosas? Sacarse el sombrero y hacerle fiestas, el Papa tiene muchos que lo saben hacer mejor que yo: pero pintar mejor que yo, tiene muy pocos. Entonces que me deje pintar como y cuando a mi me acomoda, hombre”. Yo no se como el patrón, que es el que contó este hecho, no se fija que, salvando la distancia, a mí me pasa un poco lo mismo, y no me compra una perrera y me deja solo en el fondo del jardín, canarios… o me pega un tiro para acabar de una vez, si es que no me necesita… ¿Y esto lo llaman educación y a mi me llaman grosero? No hay mas educación que tener buen corazón, y ser brusco y descuidado al hacer buenas obras a todos, y todo lo demás no diré que sean pamplinas, pero no valen una chaucha –no señor, esas etiquetas mujeriles, ni una chaucha-, en comparación de esto otro, y si le falta esto otro…

 

Así gruño el Moro. Y mire usted que cosa. Resulta que estas mismas amargas reflexiones, en vez de exacerbarlo, lo calmaron poco a poco y al rato se encontró sereno y dueño de si como antes. Porque el bicho que esta convencido de que el hace bien a todos, tiene en el fondo del mar de su corazón un pilote clavado en forma, a donde puede agarrarse con las dos manos cuando viene la tormenta, que aunque sea de ola como esta casa no hay miedo que lo desprenda.

Castellani, Leonardo. Camperas. Ed. Vórtice


II Feria del Libro


El día 1º de mayo, bajo la protección de San José obrero, se realizó la II Feria del Libro de nuestra Biblioteca. Este año, además de la exposición de los libros, quisimos innovar en el objetivo cultural de la Biblioteca, algo que no sólo se trasmite por los libros. Por eso se recitó una poesía ("Un contrabando en el Cielo") y se relató un cuento ("El perro bonachón"). El recitado estuvo a cargo de las Mil. Alejandra y Mariana Boggione, y el cuento lo narró la Mil. Ada Arroyo de Espinosa.
En un clima de alegría y tranquilidad, volvimos a comprobar que, digan lo que digan, los libros atraen. Y la Biblioteca apuesta a que estas iniciativas atraigan cada vez a más jóvenes (y también a los adultos) hacia la buena lectura, que es uno de los mejores medios para crecer intelectual y espiritualmente.